La bruma de San Javier la recibió con una luz suave, esa que se filtra entre los cerros y deja en el aire un aroma a tierra húmeda. Oleksandra Oliynykova, la flamante campeona del Tucumán Open WTA 125, levantó la vista hacia el Cristo Bendicente y sonrió. El ruido de las raquetas y las ovaciones había quedado atrás; ahora la escena era distinta. En lugar de las tribunas del Lawn Tennis, un silencio casi sagrado envolvía el paisaje. A su lado, representantes del Ente Tucumán Turismo, Mercedes Paz, capitana del equipo argentino de la Billie Jean King Cup, y el director del torneo, Mariano Ink, acompañaban la excursión que prolonga una semana que promete ser inolvidable para la ucraniana.
Primero almorzaron en el Hotel Del Sol. Oliynykova pidió sorrentinos caseros y se dejó tentar por los postres con productos regionales: batata en almíbar, dulce de cayote, lima confitada y pasas de uva. “Me encanta conocer la historia y la cultura de los lugares donde compito”, había dicho unas horas antes, todavía sorprendida por el cariño con que Tucumán la había adoptado. Esa curiosidad por ir más allá de la cancha fue la que la llevó, después de ganar el título, a recorrer la provincia como una visitante más.
Cuando la caravana emprendió el ascenso hacia el Cristo, la tenista ucraniana apoyó su cabeza contra la ventanilla del vehículo. “Creo que va a ser una vista hermosa, porque me gusta viajar a las montañas. Antes de la temporada suelo ir a las de Ucrania para descansar, pero aquí es muy diferente. Amo usar el poncho tucumano”, contó. El contraste le resultaba fascinante: la vegetación espesa, el aroma de los eucaliptos, la neblina que se cuela entre los árboles. En Villa Nougués, las casonas de techos verdes y calles onduladas la hicieron detenerse más de una vez para tomar fotos. “Recibí dos o tres imágenes antes de venir, pero ver esto en persona es otra cosa”, murmuró, mientras el sol se filtraba entre los álamos.
Una mirada extranjera
La visita había comenzado horas antes, en la Casa Histórica de la Independencia. Allí, Oleksandra vivió uno de los momentos más emotivos del viaje. Apenas cruzó la puerta de la Sala de la Jura, se quedó quieta frente a la mesa original donde se firmó la declaración de 1816.
“Pensaba que esta era la mesa de un momento tan importante. No esperaba poder tocarla. Fue increíble”, expresó, aún conmovida.
Para Mercedes Paz, que acompañó el recorrido, esa escena fue reveladora. “A mí, como tucumana, me llena de orgullo. Que una jugadora que viene de un país en guerra se emocione al conocer nuestra historia, en un lugar tan sagrado, es muy especial. Siento que mis dos mundos se unieron: el tenis y Tucumán”, expresó “Mecha”.
Un lazo que va más allá
Oliynykova decidió quedarse una semana más en la provincia para entrenarse antes de viajar a Chile. Lo hizo, según explicó, porque encontró algo que va más allá de las instalaciones deportivas. “Decidí quedarme porque es un lugar agradable, y la gente del club me ayudó a organizar mi entrenamiento. No conocía a nadie en Buenos Aires, así que fue más fácil quedarme aquí. Pero creo que no habría sido posible si la gente no fuera tan amable”.
Durante esos días, usó las canchas y las piletas del club, caminó por el centro, firmó autógrafos y se tomó fotos con los niños que la esperaban afuera del hotel. “Lo que más me llevo de Tucumán son los chicos. Tenían tanta alegría, tantas emociones. Me regalaron pulseras, y las usé todas”, confesó.
Esa conexión fue tan natural como inesperada. Paz lo resumió mejor que nadie. “Ella se sintió muy a gusto, muy cobijada. El club le abrió las puertas, el hotel también, y los tucumanos le dieron calidez. Eso no ocurre en muchos lugares. Que una campeona internacional decida quedarse aquí, hacer turismo, hablar con la gente, es algo que tiene un valor enorme”.
Modo “turista”
Cuando el grupo llegó al mirador de San Javier, el paisaje se desplegó como un cuadro: el verde intenso del valle, el aire fresco y el murmullo del viento.
Oliynykova se tomó unos minutos para contemplar en silencio. Venía de una semana de emociones: el título, la ovación del público, los abrazos de los chicos, la visita a la Casa Histórica. Pero aquel instante entre las montañas condensaba todo.
“Fue difícil esperar una conexión tan buena, pero sucedió. Desde el primer día sentí que la gente estaba feliz de vernos jugar. Esto fue incluso mejor de lo que imaginaba”, dijo antes de emprender el regreso.
Mientras el vehículo bajaba hacia Yerba Buena, el Cristo quedaba a lo lejos, iluminado por el sol de la tarde. Oliynykova había ganado un torneo, pero en su paso por Tucumán también conquistó algo más íntimo: la certeza de que el deporte puede tender puentes entre mundos distintos. En las montañas del norte argentino, la campeona ucraniana descubrió una segunda victoria: la de sentirse, por un momento, en casa.